La historia empieza contando cómo los rumores malintencionados empujaron a un joven a vivir en la jungla como un forajido. En un estado mental trastornado, juró matar mil seres humanos. Para recordar cuántas víctimas eran, les cortaba un dedo que iban añadiéndose a un collar. Así se lo llegó a conocer como “Angulimala” o “Guirnalda de dedos”. La historia resumida es la siguiente:
Angulimala se convirtió en el terror de esas tierras. Todos sentían miedo. El rey oyó sobre él y decidió capturarlo.
Cuando su madre se enteró, fue al bosque a buscar a su hijo. Para entonces, a Angulimala le faltaba solamente un dedo para cumplir su juramento.
El Buda estaba quedándose en los alrededores y oyó que la madre de Angulimala estaba intentando encontrarle y salvarle. Pero existía el peligro de que el hijo la acabara matando. Para evitarlo, Buda mismo se internó en el bosque para encontrar al joven.
Angulimala llevaba varias noches en vela y estaba casi exhausto. Al mismo tiempo, sentía impaciencia por matar a la última persona y así completar su tarea. Se propuso matar al primero que viera. Oculto entre los árboles en lo alto de una montaña, vio que por el camino iba una mujer. Bajó, y al verla se dio cuenta de que era su madre.
En ese momento apareció el Buda por el camino, Angulimala decidió matarlo en lugar de a ella.
Cargó contra el Buda con el cuchillo en alto, pero el Buda siempre quedaba fuera de su alcance. Angulimala no podía herirle, no importa cuánto lo intentara.
Finalmente gritó: “¡Detente, detente!”
El Buda respondió: “Estoy detenido. Eres tú quien no lo ha hecho.”
Angulimala no comprendía. “¿Por qué dices que tú te has detenido y que yo no?”, preguntó.
El Buda respondió: “Digo que me he detenido porque he renunciado a matar cualquier ser vivo. He renunciado a maltratar o dañar a cualquier ser vivo. He cultivado el amor y la paciencia a través de la meditación. Pero tú no has renunciado a matar o maltratar a cualquier ser vivo ni has cultivado el amor y la paciencia. Por lo tanto, tú eres el que no ha parado”.
Sus palabras penetraron la bruma de la mente de Angulimala y calmaron su ira. Pensó: “Este hombre es sabio y valiente. Debe de ser el Buda mismo. ¡Debe de haber venido a ayudarme!”
Angulimala arrojó a un lado sus armas y pidió al Buda que le enseñara meditación y el cultivo de la sabiduría. El Buda aceptó.
Cuando el rey y sus hombres vinieron a por Angulimala, lo encontraron en el lugar de retiro de meditación del Buda en el bosque. Ya que había renunciado a sus malas acciones, el rey aceptó dejarlo solo. Angulimala practicó con seriedad y sinceridad la meditación y el cultivo de una conducta moral.
Aun así, no encontraba paz interior. Seguía recordando lo que había hecho en el pasado. Recordaba los terribles llantos y gritos de sus víctimas.
Siempre que salía en público, la gente le reconocía y atacaba, dejándolo herido y magullado. Se sentía culpable y que era una persona demasiado horrible como para encontrar la paz y la felicidad, no importa cuánto lo intentara.
El Buda le recordó: “Hijo mío, has dejado de hacer malas acciones pero sigues sufriendo las consecuencias de las que hiciste en el pasado. Ten paciencia. Todos pueden cambiar para mejor, sin importar lo que hayan hecho. Nadie es demasiado malo para cambiar y tú has cambiado. No importa si la gente lo advierte o no. Sigue practicando tu meditación con paciencia.”
Una mañana, mientras caminaba por las calles cerca de su lugar de meditación, Angulimala oyó que alguien lloraba de dolor. Era una mujer dando a luz.
Se detuvo y pensó: “Todos los seres humanos sufrimos”. Comenzó a sentir una profunda compasión por la mujer y todos a quienes había dañado, así como por sí mismo y todos los seres vivos.”
Los sentimientos de compasión y bondad calmaron su mente y le ayudaron a perfeccionar su concentración y paciencia. A su vez, la concentración y la paciencia le ayudaron a desarrollar aún más compasión por todos los seres vivos. Desde entonces se abocó a ayudar a los demás tanto como pudiese.
Angulimala vivió pacíficamente a partir de ese momento. Cuando la gente oía sobre el cambio que había experimentado, preguntaban al Buda: “¿Es verdad? ¿Puede alguien que ha matado a tanta gente realmente aprender a concentrarse y aquietar su mente? ¿Puede de verdad tener una mente en paz y equilibrada? ¿Le es posible tener una buena vida después de todo lo que ha hecho?”
El Buda respondió: “Sí. Dañó a tanta gente porque su mente estaba abrumada por el dolor y la ira. Se había dañado mucho a sí mismo. Más adelante, prestó oídos a los buenos consejos, meditó y su mente se volvió más fuerte y sana”.
No importa lo que uno haya hecho en el pasado, desarrollar la concentración sirve de ayuda. Es una sólida herramienta para lograr una paz interior verdadera y cultivar bondad y compasión hacia los demás.