Trata de mantener la atención en el presente. Aquí está tu cuerpo y esta es tu circunstancia vital. Estate atento a todo pero a nada en concreto. Cuando un pensamiento del pasado te desvíe, date cuenta de ello, corrige y sitúate otra vez en el momento presente.
Procede igual si es un pensamiento de futuro. Vuelve siempre aquí y ahora. Atento, receptivo, ecuánime, sereno. Nada que perseguir, nada que rechazar, nada que retener, nada que conservar. Aquí y ahora.
Eres el observador sosegado que conecta con la realidad del momento. Si lo necesitas para centrarte, capta unos instantes tu respiración o la posición corporal. Permanece así durante unos minutos.
La mente se vuelve como un espejo que refleja pero no juzga, no aprueba ni desaprueba. Nada que esperar, nada que lograr. Solo estar, percibir y ser.
Se trata de una meditación de gran pureza, que permite conectar con el lado más apacible de la mente.
Alguien dijo que este ejercicio de meditación es tan perfecto que nada le sobra ni nada le falta. El ego va dando paso a la preciosa, silenciosa y reveladora presencia del ser. No vayas tú a su búsqueda, el ser vendrá a la tuya. Tú pones las condiciones y eso es suficiente.
Se aprende a meditar, meditando. Lo importante es la práctica regular, y en la medida en que uno aprende a meditar, luego será capaz de llevar la actitud meditativa a la vida diaria y la vida se convertirá en un escenario idóneo para hacerse más consciente y, por tanto, más lúcido y compasivo.
A menudo comento a mis alumnos que el mejor consejo que me dieron nunca es «medita». Y si algo necesita esta sociedad es servirse de una preciosa y fiable herramienta que nos humanice y active las tendencias más sanas y constructivas de nuestra mente.